Francisco Pi y Margall (20 de abril de 1824, Barcelona — 29 de noviembre de 1901, Madrid) fue un político, filósofo, jurista y escritor español, que asumió la presidencia del Poder Ejecutivo de la Primera República Española entre el 11 de junio y el 18 de julio de 1873. Partidario de un modelo federalista para la Primera República, supo conjugar las influencias de Proudhon para llevar a cabo la política del Estado. Se le considera como uno de los intelectuales representativos del pensamiento más avanzado de la segunda mitad del siglo XIX.
PRIMEROS AÑOS
Hijo de un tejedor de velos asalariado, su inteligencia y ansias por saber comenzaron a desarrollarse con precocidad y con siete años ingresó en el seminario. Por aquel entonces, una de las únicas maneras que tenían las gentes humildes de que sus hijos tuvieran estudios era logrando que los admitiesen en los seminarios, donde eran instruidos en latín y teología. Tras su paso por el seminario, y a la edad de diecisiete años, Francisco Pi y Margall accedió a la Universidad de Barcelona, donde completó sus estudios de Filosofía; y luego, empezó la carrera de Leyes en 1837, en la cual terminó doctorándose a los veinticuatro años. Se costeó los estudios dando clases.
Desde muy pequeño sintió atracción por la literatura; pasión que desarrolló colaborando con el grupo de escritores románticos catalanes, sobre todo con Manuel Milá y Fontanals y Pablo Piferrer.
En 1842 publicó Cataluña, primer y único volumen de La España pintoresca, una ambiciosa obra ilustrada que pretendía recoger todas las regiones de España. Una época en la que se desarrollaba la regencia de Espartero y en la que la ciudad se sublevó contra la política del regente provocando la cañoneada a la ciudad desde la fortaleza de Montjuich.
Más tarde, en 1847 se trasladó a Madrid donde se ganó la vida publicando diversos artículos y haciendo crítica teatral en el diario El Correo, e incluso trabajando en la banca catalana. Pronto dejó de trabajar en el diario, el cual cerró por la publicación de un artículo político de Pi y Margall durante el gobierno de Narváez. Al morir su amigo Piferrer se encargó de los Recuerdos y bellezas de España, una obra compuesta por litografías sobre paisajes españoles; terminando el volumen de Cataluña y empezando el de Andalucía, para lo cual se desplazó hasta allí en varias ocasiones. Años más tarde, comenzó la Historia de la pintura, que fue prohibida acusada de contener ataques al cristianismo. Los obispos y arzobispos presionaron de tal manera sobre el gobierno que Bravo Murillo tuvo que ordenar la recogida de la obra. Tanto Pi y Margall como el editor se libraron de los tribunales porque la denuncia interpuesta no fue admitida por estar fuera de plazo. Por supuesto, Pi y Margall tuvo que abandonar la redacción de Recuerdos y Bellezas de España y renunciar a la publicación de todo el material que había preparado. Sus artículos en los periódicos tuvieron que aparecer con seudónimo y todos los rayos de la reacción cayeron otra vez sobre su cabeza cuando ese mismo año (1851) presentó sus Estudios sobre la Edad Media, obra que también fue prohibida por la iglesia católica española y que no fue publicada hasta 1873.[1]
EL HOMBRE POLÍTICO
En 1848 ingresó en el Partido Demócrata y en 1854 dejó de ser un hombre de letras para dedicarse a la política. En pocos años se hizo notar en el partido comenzando a ganar popularidad entre sus compañeros y demás políticos del ala izquierda y socialista.
Participó directamente en el levantamiento de Madrid de 1854, siendo autor de una proclama radical, que no fue aceptada por la Junta revolucionaria, y del folleto El eco de la revolución, donde se pide el armamento general del pueblo y la convocatoria de Cortes Constituyentes por sufragio universal que estableciesen la libertad de imprenta, la de conciencia, la de enseñanza, la de reunión y la de asociación, entre otras más. Considerados como planteamientos demasiado avanzados para la época, tuvo que pasar un tiempo en prisión.
En el mismo año expuso su doctrina política en La reacción y la revolución, donde ataca la monarquía, la propiedad omnímoda y el cristianismo, y esboza como solución la revolución democrática de base popular. En ella aparecen nítidamente las definiciones democráticas radicales, superadoras del propio liberalismo y uno de los puntos de partida de futuras definiciones socialistas no burguesas. Aunque la obra ya contenga las doctrinas federalistas que defenderá durante su presidencia, la idea principal que desarrolla es la libertad y la soberanía individual, que puso por encima de la soberanía popular y por lo que ha sido reivindicado por los ácratas en algunas ocasiones.
Durante el bienio progresista, el pueblo de Barcelona propuso a Pi y Margall como candidato a diputado en las Cortes de ese año (1854), mas no saldrá elegido. En la segunda vuelta, por pocos votos de diferencia, fue derrotado por el general Prim, miembro del Partido Progresista.
En 1856 fundó la revista La Razón, pero la reacción moderada propició la caída de la publicación. Durante el año de 1855 y hasta su retirada a vivir a Vergara, de donde regresó para trabajar en La discusión (1857), periódico del que acabó siendo director en 1864; Pi y Margall había comenzado a dar lecciones de política y economía en una habitación de la calle Desengaño. La afluencia de jóvenes de todas clases, de obreros y de intelectuales se fue haciendo en poco tiempo tan numerosa que llenaban pasillos y escalera. En estas lecciones y en estas conferencias, hasta que el gobierno las prohibió, comenzaron a exponerse las bases republicanas.
De esa época data su polémica con Castelar sobre la concepción individualista o socialista de la democracia —manteniendo él la segunda— provocando que la mayoría del partido encabezado por José María Orense negara públicamente que los socialistas fueran demócratas. Pi y Margall replicó con la denominada Declaración de los Treinta, cuyos treinta firmantes del partido calificaban de demócratas a ambas tendencias, y finalmente renunció a su puesto de director a los seis meses.
EL EXILIO
Desde 1864 Pi y Margall conspiró en contra de la monarquía. Los sucesivos fracasos de las insurrecciones promovidas por Prim para obligar a Isabel II a llamar al gobierno a los progresistas, culminaron en la sublevación del cuartel de San Gil y el fusilamiento de decenas de sargentos de ese cuartel.
Narváez, desde el gobierno, desató la consiguiente represión generalizada. La mayoría de los demócratas y de los progresistas tuvieron que escapar a Francia para sentirse a salvo. En la noche del día 2 de agosto la policía asaltaba la vivienda de Pi y Margall. Afortunadamente, alguien le había avisado poco antes y tuvo tiempo para escapar y evitar su detención. Permaneció escondido unos días hasta que pudo iniciar la huida a Francia y llegar a París.
UN TIEMPO DE REFLEXIÓN
La estancia en París le permitió profundizar en el conocimiento de Proudhon, quien ejerció una notable influencia en su pensamiento, afirmándole en sus convicciones federales. Durante su exilio parisino (1866-1869) traduciría al castellano las principales obras de Proudhon, participando de este modo indirectamente en el naciente anarquismo hispano.
Mientras se dedicaba a la abogacía, Pi y Margall aprovechó este periodo para ponerse en contacto con los núcleos positivistas y madurar su ideología revolucionaria, basada en la destrucción de la autoridad para sustituirla por el libre pacto constitutivo de la federación.
SITUACIÓN EN ESPAÑA
En septiembre de 1868, el almirante Topete sublevó a la escuadra en Cádiz; Prim se incorporó desde Gibraltar y llegaron para adherirse los generales confinados en Canarias. Las guarniciones se fueron sumando a la sublevación y Prim, a bordo de la fragata Zaragoza, iba ganando para la revolución, una tras otra, todas las capitales costeras del litoral mediterráneo. Dimitió el dictador González Bravo y la reina Isabel II nombró presidente del gobierno al general José Gutiérrez de la Concha. El ejército realista que mandaba el general Pavía fue derrotado en la batalla del puente de Alcolea por las fuerzas a las órdenes del general Serrano. El 30 de septiembre Isabel II y su corte salieron de San Sebastián y cruzaron la frontera francesa. Sin embargo, Pi y Margall no regresó a España y prolongó voluntariamente su exilio en París. Desconfiaba de los generales y pensaba que el nuevo régimen tampoco iba a acometer las reformas fundamentales que el país necesitaba.
La revolución de La Gloriosa le abrió las puertas para regresar nuevamente a España.
DIPUTADO Y MINISTRO
Pi y Margall se decidió a regresar de su exilio en París. El Gobierno provisional estableció las libertades fundamentales y el 18 de diciembre de 1868, por primera vez en España, se celebraron unas elecciones municipales por sufragio universal. Luego, en enero, se celebrarían unas para los diputados.
El Partido Democrático se dividió en dos: los partidarios de la monarquía democrática y los partidarios del régimen republicano y federal. Pi y Margall, sin haber participado en la campaña electoral, fue uno de los 85 republicanos que obtuvo el acta de diputado. Con la división del partido apareció el Partido Republicano Democrático Federal en el que Pi y Margall iría destacando entre la minoría republicana.
Pi y Margall nunca quiso servir de apoyo a los monárquicos ni ayudarles, de ahí su oposición a la Constitución de 1869, pero con 214 votos a favor y 55 en contra, la constitución de carácter monárquico-democrático se aprobó en las Cortes y se estipuló la búsqueda de un nuevo rey para España.
Los republicanos, detractores de la monarquía viajaron por toda España predicando en su contra y deleitando al pueblo con los nuevos planteamientos de una república federal para España.
Los republicanos empezaban a molestar al general Prim —encargado de encontrar nuevo rey— por ello ofreció a Castelar y a Pi y Margall los cargos de ministros de Hacienda y Fomento, pero fue un vano intento de controlar al movimiento republicano, el cual ya no tenía marcha atrás.
Mientras tanto, Pi y Margall había conseguido grandiosa popularidad en su partido, lo que le llevó a dirigirlo a partir de 1870.
El 16 de noviembre votaron los diputados por el nuevo monarca, entre los favoritos se encontraban:
- El príncipe alemán Leopoldo de Hohenzollern, cuya candidatura fue vetada por los franceses.
- El duque francés de Montpensier, hijo de Luis Felipe de Orleans, rey de los franceses, cuya candidatura fue rechazada por los alemanes.
- El príncipe portugués Fernando de Saxe-Coburgo y Gotha.
- El príncipe Amadeo de Saboya, hijo del antiguo rey de Cerdeña-Piamonte y entonces ya rey de Italia Víctor Manuel II.
- El general Baldomero Espartero.
Las votaciones obtenidas fueron las siguientes: 191 a favor de Amadeo de Saboya, 60 por la República federal, 27 por el duque de Montpensier, 8 por el general Espartero, 2 por la República unitaria, 2 por Alfonso de Borbón (el futuro Alfonso XII), 1 por la República, 1 por la duquesa de Montpensier y 19 papeletas en blanco.
Tras el rechazo de Pi y Margall por el nombramiento de Amadeo de Saboya, comenzó para su partido una época inestable ya que sus partidarios debían situarse políticamente en una posición centralista que el Partido Republicano Democrático Federal no pudo ocupar por definición.
COMIENZO DE LA PRIMERA REPÚBLICA
El 11 de febrero de 1873, tras hacerse pública la abdicación de Amadeo de Saboya del trono de España mediante el Discurso de renuncia al Trono español de Amadeo, la Asamblea Nacional proclamó la Primera República.
Durante el primer gobierno de la República de Figueras, Pi y Margall se ocupó del ministerio de Gobernación en el gabinete, frustrando un intento de golpe de Estado contra el presidente. El primer gobierno, muy débil, duró muy poco tiempo (12 de febrero a 11 de junio). El presidente, al no poder hacer frente a los problemas de España, se exilió a Francia y renunció al cargo.
Vacante el trono por renuncia de Amadeo I de Saboya, el Congreso y el Senado, constituidos en las Cortes Soberanas, han reasumido todos los poderes y proclamado la República. A consolidarla y darle prestigio han de dirigirse ahora los esfuerzos de todas las autoridades que de este Ministerio dependen. Se ha establecido sin sangre, sin convulsiones, sin la más pequeña alteración del orden: y sin disturbios conviene que se la sostenga, para que acaben de desengañarse los que la consideraban como inseparable de la anarquía.Orden, Libertad y Justicia: éste es el lema de la República. Se contrariarían sus fines si no se respetara y se hiciera respetar el derecho de todos los ciudadanos (...). Se le contrariarían también, si no se dejara amplia y absoluta libertad a las manifestaciones de pensamiento y de la conciencia; si se violara el más pequeño de los derechos consignados en el Título I de la Constitución de 1869.
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA
Con la dimisión de Figueras, las Cortes Constituyentes eligieron al nuevo gobierno, en el que Francisco Pi y Margall fue nombrado Presidente del Poder Ejecutivo.
Durante su presidencia se propuso la Constitución de 1873, que nunca llegó a entrar en vigor. No obstante, el nuevo Presidente recogió un programa amplio de reformas entre las que destacaron:
Reparto de tierras entre colonos y arrendatarios.
Restablecimiento del uso del ejército como medida de disciplina.
Separación entre la Iglesia y el Estado.
Abolición de la esclavitud.
Enseñanza obligatoria y gratuita.
Limitación del trabajo infantil.
Ampliación de los derechos de asociación, favorable a las nuevas asociaciones obreras.
Reducción de la jornada de trabajo.
“Piden, hoy los jornaleros que se les reduzca las horas de trabajo. Quieren que se les fijen en ocho al día. No nos parecen exageradas sus pretensiones. No se trabaja más en buen número de industrias. Tampoco en las oficinas del Estado. Sobre que, según laboriosos estudios, no permite más el desgaste de fuerzas que el trabajo ocasiona. Mas ¿es el Estado el que ha de satisfacer estas pretensiones? En la individualista Inglaterra empezó por limitar el trabajo de los niños y las mujeres y acabó por limitar el de los adultos. Dio primero la ley de las diez horas, más tarde la de las nueve. No a tontas ni a locas, sino después de largos y borrascosos debates en la prensa y el Parlamento. Siguió en Francia el ejemplo apenas estalló la revolución de 1848. El trabajo es la vida de las naciones. No vemos por qué no ha de poder librarlo de los vicios interiores que lo debiliten o lo perturben el que lo escudó por sus aranceles contra la concurrencia de los extranjeros. ¿No es acaso de interés general que excesivos trabajos no agoten prematuramente las fuerzas del obrero? ¿No lo es evitar esas cada día más frecuentes y numerosas huelgas que paralizan la producción, cuando no dan margen a sangrientos conflictos? Ni acertamos a explicarnos por qué se ha de tener reparo en fijar las horas de trabajo para los adultos y no fijarlas para las mujeres y los niños. Se las fija para los niños y mujeres pasando por encima de la potestad del padre y la autoridad del marido; y ¿no se las ha de poder fijar para los adultos pasando por encima del bien o mal entendido interés del propietario? Dadas las condiciones industriales bajo las que vivimos, el adulto no necesita de menos protección que la mujer y el niño. Es en la lucha con el capital lo que la caña al ciclón, la arista al viento. El Estado, aun considerándose incompetente para la determinación de las horas de trabajo, podría hacer mucho en pro de los obreros con sólo establecer el máximun de las ocho horas en cuantos servicios y obras de él dependen. Tarde o temprano habrían de aceptar la reforma los dueños de minas, de campos, de talleres, de fábricas. Falta ahora decir que esta reforma exige otras no menos importantes. Si de las diez y seis horas de ocio no invirtiese algunas el jornalero en su educación y cultura, se degradaría y envilecería en vez de dignificarse y elevarse. Se entregaría fácilmente a vicios que desgastarían sus fuerzas con mayor intensidad y rapidez que el trabajo. Para impedirlo es necesario crear en todas partes escuelas de adultos, sobre todo, escuelas donde oral y experimentalmente se explique las ciencias de inmediata aplicación a las artes y los fenómenos de la Naturaleza que más contribuyen a mantener la superstición y el fanatismo; escuelas que podrían ya existir hoy si empleásemos en lo útil lo que gastamos en lo superfluo. La educación y la enseñanza de las clases trabajadoras deberían haber sido hace tiempo la preferente atención, no sólo del Estado, sino también de las Diputaciones de provincia y los Ayuntamientos. De esa educación y de esa enseñanza depende que sea regular o anómalo el curso de la revolución que ahora se inicia por la modesta solicitud de que se reduzca las horas de trabajo. Podrán venir días tristes para la Nación, como no nos apresuremos a llevar luz a la inteligencia de esos hombres y no les abramos los fáciles senderos por donde puedan llegar sin dolorosas catástrofes al logro de sus más lejanas aspiraciones y sus más recónditos deseos. ¿Nos creéis, entonces, se nos dirá, próximos a una revolución social de la que no es sino un proemio la pretensión de que se limite las horas de trabajo? Ciego ha de ser el que no lo vea. En todos los monumentos de la vecina Francia, inclusas las iglesias está esculpida en grandes caracteres la trinidad moderna, algo más inteligible que la de Platón y los teólogos: libertad, igualdad, fraternidad. Conseguida la libertad, empieza la revolución por la igualdad y hace sentir ya del uno al otro confín de Europa la alterada voz de sus muchedumbres y el rumor de sus armas. ¿Hará esta revolución pasar a los pueblos por las mismas convulsiones que la política?”
Francisco Pi y Margall, 1873, Presidente de la República: Comunicado sobre la reducción de las horas de trabajo.
DIMISIÓN
A pesar de todas las reformas promulgadas y la propuesta de Constitución, los acontecimientos sobrepasaron a Pi y Margall. En algunas comunidades, viendo que el trámite legal de las medidas propuestas a favor del federalismo era muy lento, se declararon independientes adoptando su propia política, su propia policía, su propia emisión de moneda, levantamiento de nuevas fronteras, leyes particulares, etc. Así surge el cantonalismo que se dio principalmente en la zona del Levante y Andalucía y causó un gran problema a la República.
Ante este panorama, sumado a la guerra de independencia cubana, la guerra carlista y los intentos de sus opositores por vincular a Pi y Margall como líder del movimiento cantonal, éste dimitió de su cargo el 18 de julio de 1873, tras largas e inútiles negociaciones, para no tener que utilizar la represión gubernamental contra los insurrectos cantonalistas.
Tiempo después, en su escrito La República de 1873, realizó un balance autocrítico retrospectivo de su gestión pública, reconociendo haber sido presa de un purismo legalista contrario a sus convicciones que le hizo titubear en el ejercicio del poder al servicio de la consolidación de la República.
FIN DE LA REPÚBLICA
Tras su dimisión, las Cortes Constituyentes nombraron Presidente a Nicolás Salmerón, teniendo como ministros de confianza a los mismos que tuvo Pi y Margall durante el anterior gobierno. Se pudo comprobar durante este gobierno el gran trabajo que Pi y Margall había realizado anteriormente como ministro de Gobernación. Al haber llevado una política austera sin realizar muchos gastos, la República contaba con grandes recursos.
Ante la negativa del presidente, alegando problemas de conciencia, a firmar ocho sentencias de muerte, éste dimitió el 5 de septiembre.
En las nuevas elecciones Emilio Castelar resultó ganador, por encima de Pi y Margall, candidato a presidente de nuevo. Con el fin de solucionar los problemas del país, Emilio Castelar consiguió atribuciones especiales temporales —hasta el 2 de enero de 1874— que le permitieron suspender las garantías constitucionales y la suspensión de las Cortes hasta enero. Sin embargo, estas medidas excepcionales acabarían facilitando el final de la Primera República.
A grandes rasgos los gobiernos de la República se caracterizaron por tres problemas: el carlismo, la guerra de independencia cubana y el cantonalismo, además de la cantidad de conflictos internos entre los partidos.
RESTAURACIÓN DE LA MONARQUÍA
Después de su dimisión como presidente, Pi y Margall intentó rehacer la alianza centro-izquierda, pero el golpe del Estado a manos del general Pavía frustró la iniciativa.
Entrada de las tropas del general Pavía en el Congreso de los Diputados el 3 de enero de 1874. Grabado aparecido en La Ilustración Española y Americana. En la madrugada del día 3 de enero de 1874 estaban las Cortes reunidas votando un nuevo presidente que sustituyera a Castelar. Dio entonces el golpe de estado del general Pavía, que en un primer momento ofreció la presidencia del gobierno al dimitido Castelar, que la rechazó sin contemplaciones. Formó gobierno el general Serrano provisionalmente hasta que la monarquía fue restaurada nombrando como rey a Alfonso XII de la dinastía Borbón.
Acontecidos los hechos, Pi y Margall tuvo que abandonar forzosamente la política activa y volvió a su trabajo de abogado. También dedicó su tiempo a la redacción de un libro en el que quedase recogida la ideología republicana y las ideas principales de su breve pero intensa gestión en la República, titulado La República de 1873, que sería prohibido por las autoridades. En mayo de 1874, fue víctima de un atentado en su propia casa, del que afortunadamente salió sano y salvo. Poco se sabe de la represión que siguió al golpe de Pavía y de la que tuvo lugar en los primeros años de la restauración. El propio Pi y Margall fue detenido y conducido a una prisión andaluza, donde permaneció un tiempo.
RESTAURACIÓN BORBÓNICA
Reinstaurada la monarquía, Pi y Margall continuó su labor periodística reanudando el cultivo de las letras pero permaneciendo fiel a sus convicciones democráticas, republicanas y federales. En 1876 terminó de escribir Joyas literarias y el primer tomo de una Historia general de América. En 1877 publicó Las nacionalidades, obra de síntesis de su pensamiento político donde desarrolló empíricamente la idea de pacto entre los pueblos como principio federativo. Al reorganizarse el Partido Federal en 1880, ocupó su jefatura indiscutible hasta su muerte; fue el autor del proyecto constitucional federal en 1883 y del Programa del Partido Federal de 1894, escritos ambos de propaganda política. A pesar de que Pi y Margall continuó gozando de un gran respeto y reconocimiento, su partido no logró recuperar muchos adeptos.
En 1881, se separó del republicano catalán Valentín Almirall y del catalanismo; y en 1890 funda el periódico semanario El nuevo régimen desde donde continuó su actividad política, periodística y literaria. Pi y Margall consideraba su propia tendencia política como federalismo heterodoxo y la defendió en Madrid desde las Cortes, siendo elegido diputado por Figueras en 1881, 1886, 1891 (año del establecimiento del sufragio universal masculino), 1893 y 1901, año de su muerte. Ese mismo año también presidió los Juegos Florales de Barcelona.
En esta última etapa de su vida destaca la campaña que, tanto desde las Cortes como desde El nuevo régimen, emprendió a favor de la independencia cubana y en oposición a la guerra contra los Estados Unidos, que consideraba modelo de democracia republicana y federal.
Después de una vida política muy activa e importante en el siglo XIX, Francisco Pi y Margall, de setenta y siete años de edad, murió en su casa de Madrid, a las seis de la tarde del 29 de noviembre de 1901.
REPERCUSIÓN HISTÓRICA
Avanzada la segunda mitad del siglo XIX, el viejo tronco del liberalismo, en sus ramas moderada y progresista, había ya fracasado en su intento de construir un Estado moderno. Las burguesías hispanas eran débiles frente a las poderosas fuerzas del Antiguo Régimen; por otra parte, el movimiento obrero era una realidad amenazante para el despegue capitalista. En plena época jalonada de guerras, pronunciamientos y levantamientos populares surgió una generación de intelectuales cuya obra consistió en la demolición ideológica de los viejos conceptos que sustentaban a un Estado caduco y en crisis. Reaccionan así contra el Estado absolutista y confesionalmente católico, centralista y manejado a su antojo por oligarquías. No obstante, este tema dista de ser en sus obras objeto de frías consideraciones jurídicas para convertirse en algo vivo y polémico, llegando los ecos de su discurso y su actividad hasta los comienzos de la Segunda República.
Francisco Pi y Margall es el pensador político de aquella generación que ha ejercido una influencia más profunda y duradera. Destacó como historiador, periodista, crítico de arte, filósofo, jurista y economista. En su obra está presente la tradición hispana de Francisco Suárez y los ilustrados de finales del siglo XVIII, los enciclopedistas franceses, el romanticismo en su vertiente política y el socialismo utópico de Proudhon. Profundo conocedor de la historia y la literatura de los pueblos peninsulares, en todos sus escritos late un profundo conocimiento de su psicología colectiva y de su realidad política y social.
Pi y Margall defendió siempre su ideología republicana federalista contra todos los problemas que se derivaran de ello; y cuando sobrevino el desastre de 1898, en medio de un patrioterismo desaforado, su voz resonó clara: libre autodeterminación de los pueblos, no a las aventuras coloniales y regeneración ciudadana mediante la educación, la cultura y el trabajo. Su doctrina denota la influencia de Hegel, Rousseau y Proudhon; aunque la influencia proudhoniana no intervino en la elaboración del federalismo pactista de Pi y Margall, ya que la obra de éste es anterior en este punto a la de Proudhon. El pensamiento de Pi y Margall fue uno de los más revolucionarios del siglo XIX español y, desde el punto de vista del anarquismo, únicamente fue superado por los bakuninistas. Se sitúa en el cruce de demócratas y socialistas de la época, cuya doble vertiente anticapitalista y popularista atraería a los principales dirigentes del movimiento obrero anteriores a la difusión de la Primera Internacional. El propio Pi y Margall tendría una vinculación directa con el movimiento obrero durante el bienio progresista.
La influencia de Pi y Margall, que alcanzó en vida a las pequeñas burguesías republicanas y sectores del movimiento obrero, se extendió a las filas republicanas de izquierda en el primer tercio de siglo XX. Como político y como intelectual fue de una honradez a toda prueba, incluso elogiada por su enemigos. De su honestidad y progresismo políticos dan fe testimonios de autores tan distantes ideológicamente como Friedrich Engels,[3] Sabino Arana[4] y Federica Montseny.
La complejidad y cohesión del pensamiento de Pi y Margall ha ocasionado que diferentes corrientes políticas —federalistas, anarquistas y catalanistas de izquierda— lo utilizaran como bandera propia, dando a conocer aquellos puntos de la doctrina de Pi y Margall que se avenían a sus propios principios.
domingo, 25 de abril de 2010
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